Todos
los humanos que habitan en este mundo, hemos sido masoquistas. Nos gusta el
dolor que sentimos, y no se puede negar, nadie puede negarlo. Aunque no lo
aceptemos, nos gusta sentir la sensación de dolor en nuestro cuerpo, para luego
poder sentir paz en nuestra alma. Desde lo más simple de recordar algún hecho
doloroso, como la pérdida de una persona cercana, en donde nuestra mente nos
juega una mala pasada y nos hace recordar desde lo bueno hasta como se empezó a
derrumbar todo, o bien, algo más doloroso como hacerte mirar al espejo y que tu
reflejo te diga toda la verdad. El espejo no miente, nunca lo hace. Nos hace
ver lo que nosotros nos queremos negar a ver, quizás por eso odiamos nuestro
reflejo, porque es solo la pura realidad.
El
dolor nos hace más fuerte, nos da una lección de lo que no queremos aprender,
por eso los hombres son masoquistas, cuando somos niños no hacemos caso antes
que nos caemos y lloramos, así ya dejamos de hacerlo, pero mientras no pase
nada, seguimos.